Dos importantes empresarios de prensa están por prescindir en sus periódicos de la figura del editor; es decir, del redactor de mesa encargado de la revisión de originales, de su titulación, contextualización y puesta en página, y así lo han manifestado recientemente. Uno es el británico David Montgomery, presidente ejecutivo del grupo Mecom (200 periódicos regionales en seis países europeos). El otro, el norteamericano Joseph Lodovic, presidente de MediaNews Group (57 diarios en 12 Estados, amén de radio y televisión).
Sus argumentos coinciden: ahora los reporteros pueden escribir sus informaciones y ajustarlas directamente en la página, incluso cuando trabajan en remoto; hay que hacer más calle y menos mesa; sobran intermediarios… Algo parecido se dijo de los correctores cuando las computadoras entraron en las salas de redacción: si el periodista puede teclear directamente su texto, sobra la persona hasta ahora encargada de comprobar que lo compuesto por el linotipista coincide con lo que mecanografió el autor.
En ambos casos hay parte de razón. Pero se olvida lo principal: el lector. El índice de errores y erratas en los periódicos es cada vez mayor (hasta los lectores del New York Times se quejan de ello), y ha crecido —afortunadamente— el nivel de exigencia de éstos. Por tanto, no hay que eliminar los filtros, sino mejorarlos.
En unos tiempos en los que el éxito de muchas empresas reside en sus refinados controles de calidad, sorprende que la industria editorial pretenda aflojar los suyos. Un caso reciente, y muy comentado, el del periodista y académico a quien se le escaparon un par de faltas ortográficas y hasta una coma fuera de lugar, precisamente en un discurso pronunciado en la RAE, viene a confirmar esta necesidad. Todos nos hemos equivocado alguna vez.
Fuentes: Committee of Concerned Journalists, Followthemedia.com y Press Gazette del 6 de agosto y el 1 de noviembre del presente año.
En la imagen, editores de The New York Times (el primero de la izquierda, armado de tijeras y diccionario), en septiembre de 1942.
Estoy totalmente de acuerdo contigo, Manuel. Ayer mismo, hablando de la profesión, me comentaba un veterano que en sus comienzos ejerció de corrector en una importante editorial, y que no podría ni imaginarme la de faltas de ortografía que cometían algunos escritores consagrados.
Por lo demás, pienso que los editores no están para poner acentos al prójimo; en todo caso, para devolver el original a su autor y pedirle que lo corrija. Si así fuese tal vez no habría tantos fallos. Los editores están, creo, para enriquecer el contenido de la página con apoyos textuales (cronologías, perfiles…) y gráficos (infografías, fotografías…), para poner en consonancia los titulares de las piezas relacionadas, echarle un ojo a la puesta en página y, en estos últimos tiempos, para vincular toda esa información con la que ofrece el mismo medio, a modo de complemento, en el soporte digital.
Publicado por: Julio Alonso | 29/11/07 en 13:15
Dentro de la propia profesión periodística la figura del redactor de mesa no termina de entenderse bien. La mayoría de sus compañeros tienen una opinión sesgada, equívoca -y a veces incluso malévola- de su trabajo: en especial por parte de los "más engreídos", que sostienen que sus textos no necesitan ser corregidos y mucho menos transformados, cuando se da el caso. Por otra parte, las propias empresas y las cúpulas directivas de los periódicos "dudan" cada vez con más furor de la "productividad" de estos profesionales, ya que su labor no se refleja en el escaparate diario de las firmas en negrita. ¿Qué hacen, si no publican nada, todo el tiempo encerrados?, se preguntan. Y dictan sentencia: ¡Eso no es periodismo!. No es de extrañar pues ese anhelo por suprimirlos del organigrama de las redacciones. Podrían hacerlo, deberían hacerlo. Pero después de mandar al 90% de los que sí escriben a un curso intensivo de Gramática Básica.
Publicado por: manuel | 29/11/07 en 10:48